¿Llegan los alumnos preparados a la Universidad?

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La revista “Entre Estudiantes” me formula la pregunta que abre este artículo. Sin duda, se abre aquí un debate bastante complicado. Escuchando el runrún de las aulas, departamentos y salas de profesorado puede reconocerse que coexisten dos creencias contrapuestas, pero que perviven simultáneamente desde hace siglos: la preparación no es buena y, a la vez, convivimos con la generación mejor preparada de la historia.

Es contradictorio, pero por un lado se considera que los jóvenes involucionan cada generación con respecto a sus progenitores y de este modo son menos respetuosos y parecen tener menos formación que las generaciones anteriores.

Esta creencia puede ilustrarse con escritos de autores clásicos como Hesíodo o Platón, donde se recoge esta idea. Por otro lado, la sociedad tiene conciencia de que cada generación da un paso adelante y que el mundo está involucrado irremediablemente en un camino sin retorno en el progreso en campos donde los avances son tan evidentes como las ciencias y las tecnologías.

Luego, esta promoción de estudiantes que ahora llega a la Universidad, ¿se encuentra en avance o en retroceso en comparación con generaciones anteriores? La respuesta quizá pase por olvidar generalizaciones simplistas y concretar en qué asuntos podemos situar a los nuevos universitarios en pasos adelante o atrás.

De lo primero que nos acordamos cuando queremos despejar la incógnita del “qué” con relación al asunto de si existe o no un avance es del tan manido concepto del “nivel”, pues desde siempre en educación oímos una y otra vez hablar del nivel sin que nadie pueda definir exactamente en qué consiste esa entelequia.

Estándares puramente teóricos

Perdone quien lea este artículo mi osadía, pero voy a atreverme a aclarar lo que quiere decirse cuando se menciona el “nivel” en los centros educativos. Se trata de una abstracción que compartimos de forma irreflexiva y que se asocia a un concepto que engloba el logro de competencias que se “supone” cada estudiante “debería tener” (insisto en el entrecomillado) al finalizar cada etapa.

Estos estándares (y aquí sí que recogemos el premio gordo del sorteo de Navidad del sistema educativo español del siglo XXI) se han definido en contextos donde no hay alumnado: son constructos puramente teóricos que complican el trabajo docente a un profesorado que sí tiene cada día en las aulas alumnado con tantas diversidades y necesidades como personas tiene delante. Gran complicación esta de los estándares, que en nada beneficia ni a ese alumnado ni a la calidad del sistema educativo.

Todo esto sí que supone una auténtica entelequia, un concepto irreal y hasta fantasmagórico propio de un sistema educativo que más pareciera una factoría de fabricación en serie, tal como recogía Pink Floyd en su vídeo “El muro”, que un sistema escolar que tenga como objetivo la educación de personas desde su individualidad, hacia su propio potencial y con el valor de su diversidad.

Los estudiantes son personas con muchas diferencias entre ellas, afortunadamente, por lo que hacer la generalización de que llegan poco preparados es, como poco, inexacto. Hay quienes llegan a la Universidad desde el Bachillerato y todavía son menores de edad cuando comienzan primero. Otros alumnos sin embargo, acceden desde pruebas de acceso para mayores de 25 o 40 años, es más, hay quienes llegan a la Universidad tan solo por tener 45 años cumplidos, sin requerimiento académico alguno, y estas diferencias son solo las que nos arroja el criterio de edad.

Si atendemos al criterio de formación previa, las combinaciones siguen aumentando y complicándose exponencialmente, pues hay quienes han cursado Bachillerato únicamente antes de entrar en la Universidad y otros que, además de estas enseñanzas, ya han obtenido una cualificación con un ciclo formativo de grado superior de Formación Profesional e incluso con un grado universitario.

Debemos recordar que en España, desde hace décadas, la Formación Profesional Superior no es la alternativa al Bachillerato, aunque ambas abran las puertas de la Universidad, y que gran parte de quienes poseen un título superior de Formación Profesional tenían previamente su Bachillerato.

Asimismo, para determinar la preparación con que llega el alumnado a la Universidad existen otros muchos criterios tan importantes como la experiencia laboral. Esta puede marcar diferencias muy notables entre el alumnado, pues haber trabajado en un ámbito profesional puede ser determinante a la hora de comenzar unos estudios universitarios. Así por ejemplo, la experiencia profesional previa o simultánea en hostelería puede ser muy valiosa para quien comienza el grado de Turismo o Gastronomía, tal como podrían serlo las clases particulares para quien estudia el grado de Educación Primaria.

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Mucho más que formación

Podríamos seguir profundizando en criterios imprescindibles para valorar la madurez de una persona, tales como la experiencia vital, haber viajado o disfrutado de estancias en el exterior, haber participado como voluntario en proyectos con población vulnerable, formar parte de un partido político o de una organización no gubernamental o asociación de otro tipo, tener formación y realizar actividades culturales, artísticas y/o deportivas…

Son tantas las diferencias entre las personas cuando llegan a la Universidad, que aún multiplicamos más y más las posibles combinaciones cuando incorporamos los intereses, cualidades, aficiones, vocaciones y talentos propios, por no mencionar la diferencia entre universitarios que leen y los que no leen, entre quienes tienen curiosidad e inquietud intrínseca por aprender y los que solo estudian cuando la obligación se lo requiere en la búsqueda del aprobado. Las posibilidades son infinitas.

La diversidad del alumnado es tan rica y tan valiosa que resulta una simplicidad muy poco rigurosa decir que los universitarios llegan menos preparados a la Universidad que en generaciones anteriores porque, además, es sencillamente falso.

Es necesario contemplar cómo la Universidad se ha universalizado en España y lo preciado que es para un Estado democrático y moderno que gran parte la población “pueda llegar” gratuitamente a la Universidad en el siglo XXI. Insisto en las comillas del “poder llegar” porque lo realmente valioso en una democracia no es tanto que “todos lleguen”, sino que “todos sientan que pueden llegar” y que esa sensación se corresponda con una percepción real.

El “nivel” es un mito educativo más, al igual que es un mantra erróneo considerar que la educación superior ha degradado este “nivel” de preparación y cualificación porque se haya hecho accesible y extensiva a las personas de origen económico más humilde.

Si nos fijamos, esta idea de que hace años existía un buen nivel de formación y que de este se beneficiaban unos pocos forma parte del discurso neoliberal y relativo al orden social por el que la sociedad se organiza según clases sociales estancas, donde el nivel de partida económico es el condicionante de más peso para el desarrollo profesional y social en toda una vida. Se trata de un nivel económico, y este sí que es un verdadero “nivel” que sitúa a unas personas por encima o por debajo de otras. Y precisamente para superar niveles y determinismos debe estar la Universidad, la Universidad pública.

La obligación moral del sistema educativo y también del universitario no consiste en poner el foco en observar cómo el alumnado llega de preparado a los estudios superiores, sino en formar y cualificar para que el potencial de cada persona se acerque al nivel máximo de preparación. Esto sí que marca un “nivel”, el nivel de calidad de un sistema educativo.


Artículo de Ana Cobos, presidenta de COPOE

Actualmente es orientadora en el Instituto de Eseñanza Secundaria Ben Gabirol de Málaga, actividad que compagina con la presidencia de COPOE (Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España). A su vez, es profesora en la Universidad de Málaga.

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