Los orientadores, pieza clave de la educación del siglo XXI

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Con el paso de los años, estos profesionales de campos como la psicopedagogía, la psicología o la pedagogía se han hecho un hueco importante en los centros educativos de nuestro país. Sin embargo, todavía queda mucho camino por recorrer pues la ratio es alarmante: 800 alumnos por cada orientador. Esto les obliga a desdoblarse y no les permite atender a los estudiantes con el rigor que deberían. De hecho, aseguran que si aumentaran los recursos humanos y económicos en su sector, se pondría freno al fracaso escolar y se ofrecería una educación mucho más inclusiva, enfocada en la atención a la diversidad

Tanto en España como en el resto de la Unión Europea los educadores y las familias coinciden en el papel importantísimo de los servicios de orientación en los sistemas educativos. Son la pieza clave para detectar a tiempo cualquier problemática educativa o personal en los alumnos y alumnas, pueden asesorar al profesorado y también pueden incidir directamente en las propias familias. Los miembros de los servicios de orientación son precisos para la detección y tratamiento de los problemas de aprendizaje, determinan la escolarización en los diversos programas existentes: integración, compensatoria, diversificación curricular, de aprendizaje básico, altas capacidades, etc.; orientan en las diversas salidas educativas y laborales, pueden asesorar al profesorado en cuestiones metodológicas y organizativas; pueden incidir directamente en las familias y son claves para el buen funcionamiento de los nuevos programas educativos.

En Entre Estudiantes hemos querido hablar con Ana Cobos Cedillo, presidenta de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España (COPOE), para que profundizara un poco más acerca del rol que juega en el sector educativo el colectivo al que representa. Ciertamente, hasta no hace muchos años, los orientadores todavía lo pasaban mal al intentar ser parte visible del centro. “Al principio, se preguntaba que para qué estábamos, que no jugábamos ningún papel en los centros educativos”, rememora Cobos. “Por suerte, eso ha cambiado mucho. Ahora, cuando un orientador se pone de baja, el director del centro no duda en llamar a otro cuanto antes, pues sabe que es una pieza importantísima para que el instituto o el colegio funcione bien”, reconoce.

Ana Cobos Cedillo

Aun así, todavía queda camino por recorrer. Hace unos meses, el filósofo José Antonio Marina publicaba el Libro Blanco de la Profesión Docente, donde dejaba bien clara la importancia de estos profesionales: “El orientador debe ser un agente de cambio, un gestor del conocimiento y un promotor de la ética organizacional, primando la visión global, liderando y no solo gestionando, actuando, analizando y aprendiendo de la práctica”. Marina reconocía que, dada la importancia que damos al funcionamiento sinérgico de todo el sistema educativo, es prioritario aprovechar la posibilidad de coordinación y colaboración de los Departamentos de Orientación, especialmente entre los de distintos niveles, conectando los programas de orientación de infantil y primaria, secundaria y Formación Profesional.

Y en COPOE están de acuerdo. Ana Cobos considera “deseable y necesario” que el orientador intervenga más en el asesoramiento al proceso de enseñanza-aprendizaje (didáctica, metodología…). Más allá del asesoramiento para la programación y coordinación de la tutoría lectiva, debería generalizarse el trabajo sistemático con equipos docentes en aspectos tales como el asesoramiento de decisiones curriculares (programación de contenidos, metodologías docentes, evaluación de los aprendizajes) o de otros procesos de centro (planes de autoevaluación y de mejora, planes de formación e innovación docente, etc.).

Juan Antonio Planas, antiguo presidente y actual miembro de la junta directiva de COPOE también apuesta por esa colaboración coordinada entre los distintos niveles: “Se puede aprovechar la formación psicopedagógica y experiencia docente de los profesores en activo de Educación Secundaria y sobre todo los orientadores para coadyuvar en la formación inicial y permanente del profesorado tanto de educación infantil y  primaria como de la secundaria, rentabilizando los efectivos actuales y ampliando su número para poder hacer efectivo realmente este papel de incidir en la formación del profesorado”. Asimismo, la COPOE considera que deben tenerse en cuenta a los orientadores para formar a los futuros tutores de prácticas (profesores que ya están en ejercicio) y de igual manera a los futuros profesores aspirantes.

Lucha contra el abandono escolar

Una de las principales hipótesis que lanzan desde COPE es que si se refuerzan los servicios de orientación, se contribuiría a mejorar las alarmantes cifras de abandono y fracaso escolar que tenemos en España. Tanto Planas como Cobos coinciden en la importancia de potenciar el asesoramiento a las familias, porque la sociedad es muy compleja y estas familias lo tienen cada vez más difícil. “Esta sociedad va a un ritmo vertiginoso, el número de divorcios está al alza, sufrimos una crisis económica que machaca a las familias y los niños son los que más sufren”, recalca Ana Cobos. Y los niños reflejan toda esa inestabilidad. “En un aula de 33-35 niños hay dos o tres con alguna discapacidad y diez o doce que tienen un grave problema asociado, fruto casi siempre de las dificultades económicas”, concreta.

Es el caso de los ‘niños de la llave’, un triste concepto que se puso de moda en el argot de los psicólogos y orientadores no hace muchos años. “¿Por qué voy a tener que querer a nadie si a mí no me han querido nunca?”, pregunta con rabia Mario, un niño de doce años, al psicólogo al que lo han llevado sus padres porque es “imposible” hablar con él. Para ellos, Mario es un niño rebelde, que solo quiere estar con su pandilla y que pasa de estudiar y de obedecer. Incluso comete hurtos para poder satisfacer sus gastos personales. Mario es hijo de un padre auxiliar administrativo y de una madre ‘emprendedora’, es decir, autónoma con un negocio propio. Desde los ocho años, Mario se levanta solo por la mañana para ir al colegio. Algunos días no tiene ni el desayuno preparado porque sus padres han tenido que salir con excesiva prisa. Va al colegio solo, come allí y por la tarde vuelve a casa para merendar y jugar solo. Sus padres no llegan nunca antes de las nueve de la noche. Mario es uno de tantos niños que llevan la llave de casa colgada del cuello, ya que ellos mismos tienen que abrir la puerta porque no hay nadie esperándolos.

“Cada vez hay más niños con este tipo de problemas”, reconocen. “Hay que trabajar con ellos la motivación, la relajación, ayudarle para que se ponga al día en lectoescritura, que vea que es capaz de comprender y de avanzar”, añade Cobos. Son niños desmotivados, su autoestima está por los suelos y el propio sistema educativo les empuja a fracasar. “Cuando son capaces de controlarse y de portarse bien, cuando cambian la perspectiva que tienen de ellos mismos, vuelven a clase… y se encuentran a un grupo de 30 alumnos y a un profesor desbordado”.

Y es que es frecuente encontrar en las aulas de nuestro país problemas como celos, ansiedad, estrés, desobediencia, temores irracionales, agresividad verbal, violencia física, homofobia, racismo… Con las exigencias laborales y con los diferentes tipos de familias, sobre todo con las más desestructuradas y en barrios más marginales, surgen problemas que aunque hace unos años eran desconocidos hoy están a la orden del día. Por tanto, hacen falta profesionales preparados en ese tipo de problemáticas tan específicas y con un profundo conocimiento de las necesidades educativas y laborales de nuestro país.

Trastorno y discapacidad

El profesor Marina, en su Libro Blanco sobre la Profesión Docente, reconoce la importancia de atender a la diversidad en los centros educativos. “Es uno de los grandes retos del sistema español porque no pretendemos con ello atender de manera atenta a los niños con discapacidad, sino de ofrecer a cada uno lo que necesita para que ninguno se quede atrás”, explica Ana Cobos.

La diversidad es una característica intrínseca de los grupos humanos, ya que cada persona tiene un modo especial de pensar, de sentir y de actuar, independientemente de que, desde el punto de vista evolutivo, existan unos patrones cognitivos, afectivos y conductuales con ciertas semejanzas. Dicha variabilidad, ligada a diferencias en las capacidades, necesidades, intereses, ritmo de maduración, condiciones socioculturales, etc., abarca un amplio espectro de situaciones, en cuyos extremos aparecen los sujetos que más se alejan de lo habitual. Frente a una visión que asocia el concepto de diversidad exclusivamente a los colectivos que tienen unas peculiaridades tales que requieren un diagnóstico y una atención por parte de profesionales especializados, desde COPOE consideran que en los grupos educativos existe una variabilidad natural, a la que se debe ofrecer una atención educativa de calidad a lo largo de toda la escolaridad.

Se entiende por tanto la atención a la diversidad como el conjunto de acciones educativas que en un sentido amplio intentan prevenir y dar respuesta a las necesidades temporales o permanentes de todo el alumnado del centro, y entre ellos, a los que requieren una actuación específica derivada de factores personales o sociales relacionados con situaciones de desventaja sociocultural, de altas capacidades, de compensación lingüística, comunicación y del lenguaje o de discapacidad física, psíquica, sensorial o con trastornos graves de la personalidad, de la conducta o del desarrollo, de graves trastornos de la comunicación y del lenguaje de desajuste curricular significativo.

“Esto es muy justo y muy importante”, reconoce Cobos. “Trabajamos con niños muy pequeños que presentan trastornos o discapacidades, diferentes estados evolutivos… Mientras tanto, otros maduran antes y hay incluso quienes tienen altas capacidades. Sin embargo, les hacemos leer y escribir a todos a la vez. Si supiésemos respetar los ritmos de cada uno, veríamos que es mucho más fácil ayudarles a avanzar”, explica. Pero los problemas son más que patentes. En primer lugar, la ratio de alumnos por cada profesor que ese acerca a los 30 alumnos en secundaria y a los 25 en primaria. “Es imposible dar a cada uno lo que necesita, pues cuantos más alumnos hay en el aula, baja la calidad porque baja la atención que se puede prestar a cada uno”.

Y, por otro lado, está la media de alumnos por cada orientador. “El ministerio no da ese dato en su web y ni siquiera podemos saber cuántos orientadores somos en España”, reconoce Ana Cobos. Además, explica que nunca se habla de las diferencias enormes que hay entre comunidades autónomas y de las desigualdades territoriales que existen en nuestro país. “Por ejemplo, el gasto por alumno en educación es muy diferente de unas comunidades a otras. En un niño navarro invierten el doble que en uno canario y eso tiene un reflejo en los resultados y en el éxito escolar”. Pues en los departamentos de orientación ocurre lo mismo. “Podríamos establecer una ratio media en España de 800 alumnos por cada orientador”, asevera Cobos. Una cifra desmesurada y que se aleja muchísimo de las ratios que aconsejan organismo como la UNESCO o la propia COPOE, que la sitúan en 250 alumnos por cada orientador. “En Finlandia trabajan en esa media, y se nota. Nosotros tenemos que suplir la falta de recursos con imaginación y voluntariedad, no podemos hacer otra cosa”, reconoce la presidenta de COPOE.

Reconocimiento del alumnado

A pesar de la ubicuidad a la que se ven obligados por los recortes, los orientadores están bien posicionados dentro de los centros educativos. Y los alumnos responden positivamente a la función que desempeñan. “La respuesta del alumnado depende de cómo hayamos sentado las bases de relación. En mi caso, me gusta estar presente en las jornadas de acogida y presentarme a todos los alumnos y alumnas. Asimismo, es importante estar muy cerca de los tutores en las primeras jornadas de tutoría para que tanto ellos como los estudiantes te conozcan y sepan que pueden contar contigo”. Pero todavía hay mucho trabajo por hacer. “Tenemos que ser todavía más visibles y hacer que alumnado comprenda que somos un recursos útil, aprovechable y de mucha ayuda”, concluye.

Y no solo en el instituto, sino que su labor comienza en la edad temprana -0 a 3 años- y acaba tras el bachillerato. “Cuando hablamos de orientar diferenciamos entre orientación educativa –que lo abarca todo- y la orientación tutorial, académica, profesional, de atención a la diversidad y el asesoramiento”, concreta Cobos. “Son los pilares que fundamentan nuestro trabajo, por eso trabajamos en escuelas infantiles, pues es muy importante coordinarse con los equipos de atención temprana para que los niños que tienen alguna necesidad educativa o discapacidad puedan tener la atención suficiente cuanto antes”, añade.

Pero esta labor orientadora se corta a los 18 años, pues estos servicios no se prestan en las universidades. “Nuestro trabajo acaba cuando los alumnos están al borde de la universidad, del empleo o de los ciclos formativos de grado superior. Por eso, uno de nuestros grandes retos es que nuestro trabajo llegue también a esos periodos formativos postobligatorios, especialmente en la universidad, pues los alumnos lo pasan muy mal al principio”, explica la presidenta de COPOE. Hay alumnos que empiezan varias carreras, que no saben muy bien por qué decidirse. “Esas dudas cuestan dinero al Estado, además de que los jóvenes lo pagan en fracaso y frustración, porque si te equivocas y retomas otra carrera que te gusta, no hay problema; pero si te equivocas varias veces y al final lo dejas, la frustración acompaña a estos jóvenes toda su vida”, concluye.